miércoles, 23 de abril de 2014

Dos meses corren.
Cuando distas de toda cotidianeidad y ansias encontrar novedad, ruptura con lo común. Fuimos más allá de la imaginación del otro, formamos nuestros criterios de perfección descubriendo cada rincón de cada uno, rompiendo cualquier verdad conocida para nosotros.

Tres meses se van.
Ya no vale tanto quedarnos desenterrándonos por horas, lo nuevo ya se hizo un poco gris y conocido. Pero siempre hay algo que me dice que todavía te tenga conmigo.

Cuatro meses vuelan.
Ya sos mi rutina. Mala suerte. Te conozco y ya no asombramos como antes. Sigue estando esa voz. Haces mi normalidad un poco más linda, me cuesta menos respirar durante los llantos que no faltan.

Cinco meses se arrastran hacia algún lado.
Somos tan iguales como todo lo que vivimos. Tiramos y tiramos. Seguimos sacándonos capas el uno al otro pero nada lindo sigue sin aparecer; yo te avisé cuando vos pensabas en otra cosa y cada vez que no me ves cuando me miras me transparento un poco más.

Seis meses huyen buscando algo mejor.
Tu voz ya casi no habla por si misma y me cuesta mucho tratar de ver a través de ella. Me pesan los ojos, el cuerpo, y respirar es tedioso. Me busco, no te encuentro. Ahora entiendo los cristales rotos pero nunca como pasó.


Siete meses y mandarina.